jueves, 30 de agosto de 2007

CONEJOS, PATOS, POLLOS.


De vez en cuando, en alguna peli de época o en casa de alguna tía abuela también de época, vemos esas fuentes que se utilizan para sacar a la mesa los guisos y que suelen ir coronadas por una tapa con el relieve de la cabeza de algún animalillo: pato, cerdo, conejo…

Siempre me ha llamado la atención por su vistosidad, pero sobre todo por su absurdo: ¿qué pinta allí ese pobre bicho tieso, mirándome y presidiendo la mesa triunfalmente?

No digo que preocupado por el tema, porque tampoco lo merece, pero sí curioso, investigué un poco y el origen más probable es este:

Hay que remontarse a la edad media, a esa época oscura sin agua corriente, ni luz eléctrica, ni cristales en las ventanas y por supuesto, sin antibióticos ni dentistas. A los 30 años, casi todas las personas habían perdido los dientes por alguna razón: infecciones, puñetazos, huesos de cordero mal comidos…

Pues bien, en ese escenario los cocineros de la aristocracia tuvieron que ingeniárselas para que sus pobres señores pudieran comer de todo, recurriendo a triturar los alimentos hasta hacerlos casi papilla, para poder ser ingeridos fácilmente. Y para que los señoritos pudieran distinguir qué tipo de carne estaban comiendo, se les ocurrió adornar las fuentes con las cabezas de los correspondientes animalillos: que hoy mola pato, busco al pato, que conejo, busco al conejo (bueno, en este caso concreto contaban con más posibilidades, sobre todo por lo del derecho de pernada).

La verdad es que todavía hoy en día, a la vista de las tarifas que se gastan los dentistas, muchas veces he estado tentado de olvidarme de ellos y simplemente retomar la costumbre de los conejos patos y pollos en la mesa.

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